Hacia Cádiz me encontraba, a rescatar a mi damisela Marta, que me esperaba impaciente para tener una cena romántica juntos.
Las calles de Cádiz estaban vacías, era por la noche, y la sensación era muy extraña, ni coches había, sólo un par de parejas cursis haciéndose fotos delante del ayuntamiento. Cuando llegué, Marta me dio una gran bienvenida corriendo por el pasillo hacia mis brazos, ¡cariño, ya estoy en casa!
Cenamos "canapés crujientes de poill y egg", cena muy sofisticada y lujosa, aunque tardamos bastante en terminar, ya que un ataque de risa de casi 20 minutos por un simple "uff uff" doblado nos hizo, al menos a mí, acabar por los suelos, menos mal que no había nadie más en casa.
Luego poco más, noche bastante buena y a dormir, que ese día estaba más que reventado
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